domingo, 16 de diciembre de 2012

Adviento... Y tú ¿de qué te ríes?



Hoy celebramos el domingo al que se le da el título de Gaudete, o sea, alégrense. Esto es debido a que la antífona de entrada de la misa, recoge una llamada del apóstol san Pablo a la alegría por la ya cercana presencia del Señor. Y es que La alegría es fundamental en el cristianismo, que es por esencia buena nueva (eso significa la palabra EVANGELIO). Ciertamente, la alegría que viene de Cristo no es tan fácil de ver como el placer superficial que nace de cualquier diversión, por eso a veces nuestra sociedad se aleja de Jesús en nombre de la alegría, porque piensa que el cristianismo hace triste al hombre, y en eso se equivoca. Hoy más que nunca necesitamos de la verdadera alegría, la que se nos da en Jesús, que es el fundamento de todas las demás alegrías. Esta alegría nace de la certeza de ser amados por el Señor, como dice hoy el profeta Sofonías (El Señor, tu Dios, tu poderoso salvador, está en medio de ti. Él se goza y se complace en ti; Él te ama y se llenará de júbilo por tu causa, como en los días de fiesta). Toda alegría que se aleja de la experiencia de Dios en el corazón acaba por no satisfacer y más cuando la “alegría” se da contra la presencia de Dios. Las falsas alegría arrastran al ser humano a un remolino que no deja sino frustración, desencanto, desesperanza. Nuestras alegrías no serán auténticas mientras se apoyen en cosas que pueden ser arrebatadas y destruidas, mientras no se fundamenten en algo, o mejor en Alguien, que dé hondura y sentido a nuestra existencia. 
A veces esta presencia de Dios, que llena de alegría, está oculta en nosotros, más por ignorancia o fragilidad que por maldad. El Adviento y la Navidad nos recuerdan que la verdadera alegría no llega hasta que no la trae Cristo, pues, antes de su llegada, el mundo es esclavo de las tinieblas que a veces nacen del propio corazón. Acercarse a Jesús es experimentarlo como luz y alegría del mundo. El evangelio de este tercer domingo nos presenta a Juan Bautista dándonos algunas pautas para este cambio de corazón: primero, ser solidarios con los demás ( Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida, que haga lo mismo), segundo, no aprovecharnos de los que dependen de nosotros de algún modo (No cobren más de lo establecido, No extorsionen a nadie, ni denuncien a nadie falsamente, sino conténtense con su salario) tercero, hacer ver que la venida de Cristo es la certeza del triunfo del bien (El los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Él tiene el bieldo en la mano para separar el trigo de la paja; guardará el trigo en su granero y quemará la paja en un fuego que no se extingue). Cuando nos disponemos a recorrer un camino de conversión y de sincera búsqueda en nuestro interior, acabamos aprendiendo que no hay alegría más luminosa para el ser humano que la que encontramos visible en Jesús, nacido en Belén. El anuncio de alegría del Adviento nos señala que el mundo no es solamente un conjunto de penas y dolores, sino que toda la angustia del mundo está dominada y superada por la benevolencia, el perdón y la salvación de Dios. Quien celebre así el Adviento podrá hablar con todo derecho de la “Feliz Navidad”. Quien recorra el camino hacia Belén conocerá cómo las felicitaciones navideñas que intercambiamos estos días pueden ser autenticas y no un simple sentimiento de los que celebran estas fiestas simplemente como una especie de carnaval.

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