domingo, 2 de diciembre de 2012

ADVIENTO: UN TIEMPO PARA EMPEZAR A CAMBIAR





Hoy la Iglesia inicia un nuevo año en su liturgia, que aunque no coincide con el año civil, marca una nueva etapa en la vida religiosa. El año litúrgico comienza siempre con el Adviento que en el rito latino está formado por cuatro semanas antes de Navidad del Señor en el misterio de la Encarnación. La palabra ADVIENTO significa venida o presencia. En la antigüedad se usaba sobre todo para la venida de un rey o de un emperador. Nosotros los cristianos la hemos tomado para indicar la venida de Dios. Su presencia en el mundo; la presencia personal de Dios en el mundo tiene dos momentos en las dos venidas de Cristo. La primera venida fue la Encarnación y la segunda será su venida en gloria al fin del tiempo. Estos dos momentos se encuentran separados, pero en la persona de Jesús están juntos, pues la transformación de este mundo ya comenzó con la muerte y resurrección del Señor. Una transformación que es la meta de toda de la creación. En el intermedio, el evangelio, la buena noticia de la presencia de Dios entre nosotros, debe proclamarse generación tras generación a toda la humanidad (Mc 13,10). En cierto sentido, Jesús continúa viniendo para cada generación, ofreciendo a cada ser humano que viene al mundo su mano que llena de esperanza
Para que se lleve a cabo esta venida es necesaria nuestra colaboración por medio de nuestro testimonio y de nuestra palabra. Este testimonio y esta palabra deben brotar de modo natural de un cambio en nuestras vidas, por eso Jesús en el evangelio de hoy nos dice: “que sus corazones no se hagan pesados por la disipación, la borrachera y los afanes de la vida… velen en todo momento en la oración” (Lc 21,34.36). Nuestra transformación se podrá llevar a cabo si cultivamos la sobriedad y la oración, orientados como dice San Pablo a sobreabundar en el amor entre nosotros y hacia todos (cfr. 1 Ts 3,12-13). El adviento nos invita a recibir en el corazón la transformación en personas mejores por la presencia de Dios que nos salva. Las turbulencias del mundo y los desiertos de la indiferencia y del materialismo deben ser enfrentados sobre todo con un modo coherente de vivir los valores que nos hacen seguidores de Jesús, en especial el principal de todos los signos que es el amor hacia los demás que manifiesta el amor de Dios que está ya presente y actuando en la historia, en un camino de perpetua realización vivida con gran paciencia y valentía. Vivir el adviento es tomar conciencia de esta transformación en cada uno de nosotros y empezar a testimoniarla en medio de los que viven a nuestro lado.


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